A LA DISTANCIA

Llegó tarde, como de costumbre. To có el timbre y a los pocos segundos la puerta se abrió. Entró, solo, con dudas. Era una casa antigua, de techos altos y varias habitaciones convertidas en un solo gran salón. Lo hubiera podido notar tan solo reparando en el detalle de las columnas y las vigas que sobresalían del antiguo cielorraso de ladrillos en bovedilla. No lo notó, no le interesaba como tampocó le interesaban los colores con que estaban pintadas las distintas paredes. Y tampoco lo hacía la gente, demasiada, en su mayoría desconocida (para él y entre sí) que ya estaba en el lugar, salvo por una única excepción: ella. Todos hablaban sin decir nada, pero ella lo decía todo sin pronunciar palabra. Le alcanzaron un trago, y asintió con la cabeza.Ella había estado aburriéndose durante mas de dos horas rodeada de gente que no llamaba su atención en ningún aspecto. Estaba convencida que cuando se está aburrido o incómodo, y no queda otra cosa por hacer se debe fumar. Y ella lo hacía cuando llegó él. También sabía que fumar es una forma de seducción. Al verlo traspasar la puerta apagó el cigarrillo de la incomodidad y el aburrimiento y encendió otro.Cuando él llegó, en plena duda, lo único que pudo (o quiso) percibir fue a ella. Cuando él entró, ella sintió que la incomodidad se apagaba entre sus dedos. En el mismo intante en que la puerta se abrió sus miradas se cruzaron, se enredaron. Y ninguno de los dos quiso ser quien cortara ese nudo mágico. Automáticamente, él se sintió abducido por un pequeño tatuaje sobre la parte delantera del hombro izquierdo de ella. Apenas podía intuirlo, pero sabía de qué se trataba: era un símbolo indígena, una representación gráfica de la tierra. Ella lo lucía orgullosa, demostrando que se encontraba en el lugar equivocado. Al igual que él!. Entonces quizás no lo fuese, y fuese el lugar exacto.A ella le llamaron la atención sus lentes oscuros. Mejor dicho: le llamó la atención que a pesar de llevar él lentes oscuros (en plena noche!) había podido ver, con perfecta claridad, sus ojos. Con los lentes, cree que puede oscurecer ese amanecer en sus ojos, pensó. Fracasaba, parece.Hizo un gesto apenas perceptible, casi tácito, y ella respondió entrecerrando levemente sus párpados con algo de vergüenza, minetras pitaba profundamente. Él creyó que el rouge en ese filtro podría derretir también el hielo de su whisky, y le regaló una estúpida sonrisa. Aprovechó y la devoró con la mirada cuando ella despejaba de cabellos su hermoso cuello invitandolo a morder. Se entreveraban las caricias en el aire, y no importaba nada: ni el sillón de tres chicas clavándose las lenguas, ni el peinado de ese señor de rodillas en el piso ni el de su gold sobre la mesa ratona. Mientras con dos dedos agitaba el hielo de su whisky recorrió esas piernas acortándole mentalmente la falda; ella lo ayudó con un par de movimientos imaginándose escosés, y mojó sus labios con el licor que él deseaba probar.Ambos cerraron los ojos, para espiarse. Él sintió en la espalda de ella subir aquel frío que arde en los pezones, ella oyó el rugido de la sangre corriendo hacia el sur de él. Se desnudaron sin sacarse la ropa, y sin siquiera tocarse hicieron el amor.Clavó sus rojas uñas en los muslos, contrajo sus piernas de pasión. Se susurraban guarradas a los ojos, a la distancia y se licuaba el denso aire de calor. Mordiéndose lo labios, mimándose los egos, quisieron el mismo vino y al rozarse las manos la botella resbaló cayendo de la mesa. El ruido a vidiro roto no calló el estallido, el último gemido se escuchó (se escapó). El piso bebió sangre. La noche acabó.

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