JARDÍN BOTÁNICO

Hace calor, mucho calor. Exactamente 38º C de extenuante y agobiante calor. Y por algún motivo llevo puesta una camisa negra bajo el sol.
Compro una gaseosa y sigo mi camino hacia el Jardín Botánico. Cuando llego me dirijo directamente hasta mi lugar predilecto: el banco debajo del jacarandá. Hay mucha gente, pero deseo con ansias que no esté ocupado. Y no lo está.
Tomo asiento, me quito los lentes oscuros y tomo un trago de bebida. Me preparo a escribir cuando un gato se me acerca maullando, frena un par de metros antes de llegar a mí, me mira fijo y de manera imprevista gira su cabeza hacia el cielo.
Creo escuchar que me dice algo. Mi mp3 sí lo hace, me susurra al oido eso de "no, no me digas que no se puede, no, que no se puede volar".
Instintivamente intento descifrar qué es lo que mira el felino. Es fácil de deducir: la única nube en el cielo. Nube extraña, que va cambiando de formas aún cuando permanece en un mismo lugar. Don Gato la mira, y yo con él. Cierro los ojos un instante y cuando vuelvo a abrirlos ya no está en su lugar. Ni la nube, ni mi compañía.
En mis auriculares alguien grita "adonde fuiste?, adonde fuiste?", mientras yo descubro mas ausencias. No hay nada a mi alrededor, nada de lo que había, salvo por el banco en el que permanezco sentado. Tampoco hay sol, pero increiblemente hay demasiada claridad. Entonces, me vuelvo a calzar las gafas que hacen juego con mi... mi camisa! Ya no está!. Rápido, hago un recuento de mis otras prendas: tampoco tengo zapatillas ni medias, aunque por suerte tengo los pantalones (ahora son una especie de bermudas) y mi cinturón. Me pongo de pie, asustado, y el banco desaparece instantáneamente. Chequeo visualmente el suelo, suponinedo que podría haberse hundido o algo similar, y descubro que estoy sobre una nube. Una nube extraña. Mucho mas extraña que la anterior, esa que cambiaba de formas y terminó esfumándose. Ésta, es una nube de flores de jacarandá.
Estoy solo, absolutamente solo. Descalzo y con el torso desnudo. El suelo son flores y el lugar del cielo lo ocupa una especie de espejo, que solo me refleja a un niño de unos ocho años muy parecido a mí. Se escucha algo que dice "las mañanas y las tardes eran mías" y ya no es mi mp3.
Empiezo a aburrirme, arrastro las piernas mientras camino y camino sin moverme del lugar. A los pocos minutos, algunos metros delante en mi supuesto camino, desde el suelo crece casi instantáneamente un farol. Cuando llega a su altura máxima se enciende, y al instante todo oscurece. Es un farol raro. Mucho mas raro que cualquiera de las dos nubes. Se bambolea de un lado a otro, como si un viento que yo no noto lo sacudiera con fuerza, y como si eso fuera poco su luz ilumina a solo un metro a la redonda de su poste. Tiene sombrero, bufanda al cuello y una credencial colgando del cuello de su bombilla.
Me acerco para leerla y porque con ocho años me siento mas cómodo bajo una luz, aunque sea artificial.
"NO", me grita, impostando una voz arrabalera.
Me detengo. Lo miro, sonrío y voy a dar un paso cuando...
"NO", repite. "No entrés a mi luz, conseguite la tuya". Y sigue cantando en ritmo 2 x 4 algo que no entiendo debido a la pronunciación.
Lo miro detenidamente. Tan detenidamente como se pueda ver un péndulo. Desde la oscuridad consigo leer la credencial: "Mr. NO".
"Señor No, disculpe pero..." intento explicarle."No entendés?" pregunta, "es eso, no?"
"", respondo.
"NO!!",exclama.
"No qué?"
"No digás esa palabra" dice, agitándose más.
Ahora creo entender. Ahora entiendo. Y sonrío.
"Cuál? Sí?" escupo.
"No!, no la digas más!", casi llora.
"Es sí, no?" insisto.
"No, basta, por favor"
"Es sí, o no?"
"No!...", se asusta. Y balbucea un "...". "NOOOOOOOO..." grita.
Su luz se apaga... y vuelve la claridad.
Giro, y sigo caminando en el lugar. No lo pienso, solo camino. Diviso a lo lejos (un par de metros es muy lejos) un adoquín. Intento correr hacia él, pero támpoco avanzo. Suena eso de "si ya estás en la azotea...".
Me detengo, casi exausto, rendido. Pero él se acerca hacia mí. Cuando llega no se presenta, simplemente larga:
"Se comenta que el verano pasado un golondrina..."
"Pero...", interrumpo, "eres una piedra!".
"Tecnicamente, soy un conjunto de minerales que...", aclara.
"Pero...", vuelvo a interrumpirlo, "cómo puedes...?"
"Shhhhhhh...", ahora interrumpe él, "Puedo. Pero que nadie se entere...", agrega, mientras gira hacia todos lados, "... que así me entero de cosas muy jugosas, como que el verano pasado, una golondrina..."
"No me interesa!", le grito.
"Y si te digo que el otro día, ví a dos bichos bolitas..."
"Tampoco", contesto.
"Y si te digo que sé por qué llora el sauce?"
"No me interesa!", interrumpo una vez mas, "No me interesan tus chismes!!"
Duda. Piensa. Me mira. Duda de nuevo.
"Vos sos el que...?", intenta.
Me agacho y lo recojo del suelo. Estiro mi mano hacia atrás y me preparo para lanzarlo lo mas lejos posible, cuando todo vuelve a oscurecer en grito de...
"NO!", se ilumina la voz pendular.
Sin mediar palabra, giro y destrozo su lámpara con el terrón de historias ajenas.
"Buuuaaaaaaaaa", alguien llora a mis espaldas. O algo. Es una luciérnaga.
"Qué te sucede?", pregunto.
"Mataste a mi primo", dice señalando al farol roto.
La culpa me atrapa. Parece un chiste de mal gusto, pero donde estoy todo es posible. Solo hago silencio.
"Voy a contarle a mi abuelo", amenaza, "en Gran Sol, para que tome represalias".
"Es que...", intento defenderme. Pero no puedo. Todo me resulta extraño, incluso la luciérnaga. Y me faltan las palabras.
"Ya verás", dice mientras empieza a alejarse. Al segundo aletazo, desaparece.
En mi cabeza, se reproduce ese instante en cámara lenta, a modo de explicación, mientras suena "...ahora que me acuerdo se me acabó el efecto del cerebroless...": una larga y viscosa lengua atrapa al insecto y hasta puedo leer en su expresión el pedido de auxilio.
"Te estaba molestando, verdad?", me consulta el sapo mientras se relame.
"Te has comido un pariente del sol", le advierto.
"Ésto?", se ríe, mientras escupe una linterna minúscula, aún encendida. "No te asustes, solo era una mosca embustera a la que le divertía molestar".
"Pero..., me dijo que el farol...", titubeo.
"Por fin alguien lo ha callado!", festeja, "Ahora disculpa", y estira violentamente su lengua hacia mí.
Apenas si reacciono, y la lengua pasa por sobre mi hombro. El susto fue grande. Pido explicación con una mirada agresiva. Él mantiene su bocota cerrada. Suena "...silencio dijo el cura, silencio dijo el juez...".
"Perdón, disculpen...", se presenta una margarita a medio deshojar.
"Si?", respondo. El sapo permanece callado.
"No han visto a mi abeja?", nos consulta.
"No", respondo, "sólo una luciérnaga". No puedo evitar mirar al sapo, que se mantiene inmóvil.
"Es fácil de reconocer", continúa la flor, "le falta un ala".
La miro con curiosidad.
"Es que estábamos averiguando cuanto nos queríamos y...", se detiene ruborizada, y cambia de tema, "Si la ven, díganle que la buscaré hasta marchitarme. Gracias".
Cuando se aleja lo suficiente, el sapo desenrrolla lentamente su lengua. En la punta, apenas pegoteada, está la abeja renga.
"Gracias", se despide del batracio, y parte volando a los tropezones.
El sapo me sonríe. Yo respondo de la misma forma.
"A veces, es difícil", concluye.
Estoy agotado, y se lo comento. Me invita a sentarme. Apenas flexiono las rodillas, de entre las florres del piso, reaparece el banco. No me sorprendo. Me siento. Y me siento mucho mejor.
Lo miro, buscando respuestas y me devuelve la mirada pidiendo preguntas.
"La margarita...", comienzo.
"Margarita. Se llama Margarita, sin la", me corrige.
"Y las demás margaritas?", cuestiono.
"También!", responde, "Todas son iguales, todas se llaman igual, todas son Margarita".
"Pero a ésta le faltaban pétalos", insisto.
"A todas les faltan", responde. "Presta atención y verás. Y a todas las abejas les falta un ala", agrega.
Quizás tenga razón. Nunca ví una abeja volando en línea recta.
"Y tu nombre es...", intento intuir.
"Sapo", se adelanta. "Todos los sapos nos llamamos así".
"Pero tú eres único", le reprocho.
"", responde, "Cualquier otro en mi lugar lo sería".
"Creo que no entiendo", confieso.
"Yo creo que lo has comprendido todo muy bien todo", responde Sapo.
"Ni siquiera sé donde estoy!!!", me confundo más, mientras escucho algo que dice "...dónde estoy?, dónde voy?, quién soy yo, qué hora es?..."
"Averígualo", me dice.
Pega un salto para subir al banco, y al hacer contacto con éste se convierte mágicamente en ella.
La miro sorprendido. Ella me mira.
"Averígualo", me dicen sus ojos oscuros.
"Ahora", me ruega su sonrisa.
Sonrío. Sonrío con ganas. Creo es la sonrisa mas franca de toda mi vida. Mi cerebro tararea algo como "...es tu luz, es tu luz...". Las flores de jacarandá comienzan a caer hacia arriba, dejando al descubierto el verde del pasto, mientras a nuestras espaldas brota raudamente el árbol mas hermoso, solo opacado por la sonrisa de ella. El cielo vuelve a ser cielo, y entre las ramas se filtran algunos rayos de sol. Se oye el canto de las aves. Y una fresca brisa...
... arrastra hacia nosotros a una abeja tambaleante.
"Ay!", dice ella mientras esconde su dulce rostro entre mi pecho y mi camisa sudada.
"No temas", la tranquilizo al abrazarla, "es el amor".
Vuelvo a sonreir. Y vuelvo a cerrar los ojos.

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